Viaje al interior de Vaca Muerta


Nota publicada en edición especial de National Geographic en español, noviembre 2013. Fotos de Adrián Pérez / Zur.

En un día de sol y desde un helicóptero a cien metros de altura sobre la meseta norte de Loma La Lata, puede verse 25 kilómetros a la redonda.  Pero en toda esa extensión no se divisa ningún poblado.  Cerros bajos y lomadas de clima desértico y vegetación de estepa son interrumpidos apenas por rectángulos de tierra alisada, de algunos de los cuales sobresalen torres de perforación.  Otros tienen cigüeñas de bombeo (son convencionales, de producción secundaria); los de producción primaria, ya terminados, son casi invisibles desde el aire.  Una red de caminos rectos y polvorientos los comunica a través de la nada.
A este paisaje mineral se llega subiendo por un camino que sale de la ruta provincial 7 frente a la población de Añelo.  El valle que divide en dos la meseta desaparece y con él, el pueblo, las chacras y el asfalto.  Los caminos de ripio, color arena, son recorridos por camiones y camionetas.  Pero la mayor parte del tiempo están vacíos.  La planicie, interrumpida por algunas elevaciones aquí y allá, está poblada de arbustos pequeños.  El más habitual es uno de ramas color verde intenso, casi fluorescentes, repletas de espinas y con algunas hojas pequeñas.  Se llama chañar brea y forma unos globos aplastados de hasta un metro de altura.  Cuando el viento sopla y el arbusto está seco, puede arrancarlo desde la base y hacerlo rodar como en un western.  No es casual: en el desierto de Arizona también abundan.
Pero lo que predomina en Loma La Lata son las piedras.  Las hay de muy diversos colores y tamaños, semienterradas en el campo arenoso; forman parte de un plegamiento continental relativamente reciente, el Grupo Neuquén, de unos 65 millones de años de edad.  Se formó junto con la cordillera de Los Andes, cuando los ríos comenzaron a bajar en pendiente y fueron socavando y arrastrando fragmentos de rocas, muchas de ellas ígneas, que al enfriarse se fueron redondeando o elongando como guijarros.  Formando clusters, fueron depositándose en una cama de formación arcillosa, que a veces se distingue en el corte vertical del cañadón y tiene la apariencia de un enorme pan dulce grisáceo.
Esas piedras están en todas partes y pueden embotar al caminante.  Pero casi nadie camina en Loma La Lata.  Las camionetas van rápido en el ripio, levantando una nube de tierra visible a lo lejos.  Cuando dos vehículos se cruzan de frente, los conductores suelen sacar una mano del volante para tocar el parabrisas.  Parece un saludo, pero en realidad es para evitar que alguna piedra de las que saltan bajo las ruedas del otro vehículo quiebre el vidrio, en caso de tocarlo.
Nuestra primera parada es lo que llaman batería, un grupo de nueve trailers formados en doble U sobre un terreno alisado.  Por fuera, una hilera de torres de energía hace un desvío para acercar electricidad por sobre el alambrado.  Más allá, la nada.  Allí funciona la Gerencia de No Convencionales de YPF, recién mudada por un conflicto con una de las comunidades mapuches de la zona.  La instalación tomó tres días y detrás del predio hay otro igual, ya alisado, para traer el resto de la gente.  El sol cae a pico sobre los trailers, equipados con aire acondicionado, y los techos de las camionetas.  Todo el mundo está adentro y cada tanto las puertas se abren y cierran para pasar de un trailer al otro.  En el interior de cada uno hay tres o cuatro escritorios, con coquetas ventanas que miran hacia fuera como si hubiera algo que mirar. 
Anyelén Larssen, 31 años, ingeniera química, es la única mujer de este equipo.  Nació en De La Garma, un pueblo bonaerense cercano a Tres Arroyos que tiene 1.600 habitantes.  Recibida en La Plata, entró a YPF como pasante en 2007 y dos años después pasó a planta, momento en que tuvo que elegir un yacimiento donde trabajar. “Mendoza es difícil porque es como un premio a la trayectoria, y Comodoro (Rivadavia) se me hacía difícil por la distancia” nos explica, mientras acepta soltarse el pelo para el fotógrafo.  Su novio, a quien conoció haciendo un master en la empresa, trabaja en el trailer de al lado.  Planean casarse.  En Neuquén capital, de donde los trae la combi matutina, todos sus amigos les preguntan por el fracking, el polémico método que ellos prefieren llamar estimulación -y no fractura- hidráulica, tal vez porque suena menos negativo.  “El tema sale, aunque no queramos, con todos los que nos conocen.  Nos preguntan si es cierto lo que se dice, si contamina, si hay sismos, etc.  Hay mucho desconocimiento, y probablemente también un error nuestro en cuanto a la difusión.  La gente no sabe, por ejemplo, que la Provincia regula el agua que usamos”.
La batería está justo en el centro del yacimiento Loma La Lata; ya hay unos cien pozos abiertos de shale, de los cuales 57 son de este año, y restan hacer unos 65 para cumplir la meta anual pautada.  En 2014 el desafío será hacer otros doscientos, para lo cual la cantidad de equipos perforadores también va ajustándose: hoy hay 17, terminarán el año con 24 y esperan tener 30 el año que viene.  “Los números son impresionantes, un orgullo y un desafío” sonríe la rubia. “No es usual ver semejante magnitud”. 

 

Anyelén es jefa de operaciones del yacimiento Loma Campana, ubicado en la esquina nordeste de Loma La Lata.  Es media hora de camioneta desde la batería, cruzando campo que parece intocado.
Allí, en el pozo 126, está trabajando uno de los diez equipos de perforación a su cargo.  Para ingresar hay que cumplir las normas: mameluco, borceguíes y, fuera de los trailers que circundan el pozo, casco, lentes y guantes antiflama.  También dan unos tapones para los oídos.  Un grandote de piel oscura y acento mexicano –se llama Efraín- nos hace ver un video de seguridad.  Aprendemos que en caso de emergencia hay dos puntos de reunión en rincones opuestos, marcados con carteles; el que se use dependerá de la dirección del viento en ese momento.
En el centro del predio, una torre que intimida emite un zumbido permanente.  Debajo de la plataforma central, unas tuercas y embudos gigantescos contienen la presión del pozo y sostienen el centro de la estructura.  La plataforma tiene piso metálico y tiembla bajo nuestros pies: en el centro hay un hueco engañosamente pequeño por donde baja la herramienta de excavación, un motor pequeño con una cabeza hecha de carburo de tungsteno, de movimiento rotatorio; es la broca o trépano.  Detrás suyo, el caño de perforación, que se va empequeñeciendo a medida que se va más profundo (el pozo está compuesto de varios casings concéntricos).  Ahora está bajando un caño de unas 8 pulgadas en breves empujones, unos pocos centímetros cada vez, por el hueco que conduce al pozo.  Unas columnas pintadas en un panel permiten medir a simple vista el descenso en pulgadas y centímetros.  Pero la real medición es electrónica y se realiza en dos trailers ubicados en el piso del pozo.  Desde allí se chequean las presiones y el comportamiento de la roca, y tienen comunicación permanente con una cabina de operación ubicada sobre la plataforma.  Alrededor del tubo que baja, y hacia arriba, está la torre propiamente dicha.  A mitad de camino está suspendido un cajón con el número del pozo pintado de manera que pueda identificarse desde lejos; contiene la cabina desde donde se van montando los caños dentro de la torre.  Los operarios subidos allí tienen un estricto protocolo de movimientos, cuyo propósito es que siempre haya al menos uno fuera de la cabina en caso de emergencia.  Una fuga de presión puede hacer volar a una persona por el aire, y en tal caso, es importante que alguien presente pueda maniobrar de inmediato.
Efraín, el gigante mexicano, es el encargado de que se cumpla ese protocolo, y Oscar Zambrano, colombiano, es el representante de la empresa en el lugar, encargado de supervisar toda la tarea; se lo llama company man, y es el responsable del pozo.  Ambos trabajan para Schlumberger, una multinacional que presta servicios a YPF en la zona.  Cuando no está supervisando pozos, Oscar vive en Polonia, donde se convirtió en un experto en shale consultado hasta por el propio gobierno.  “En 2006” cuenta, “se publicó un informe donde anunciaban que después de EE UU, Polonia era el gran reservorio de shale gas.  Esto generó mucha expectativa, el ministerio polaco del área dio 82 licencias para explorar, y llegaron muchas compañías.  Trabajé tres años allá, incluyendo la perforación del primer pozo de shale en el país, y también fracturas”.  Polonia tuvo que defender su postura pro-fractura en la Unión Europea –Francia, que no tiene petróleo y depende de la energía nuclear, estaba en contra- y ganó su derecho a la explotación no convencional con un informe basado en investigación in situ hecha por el propio Zambrano.  “La ironía es que después de todo eso, perforamos… y no había gas”.
Oscar está sorprendido por las características del shale de Vaca Muerta: “comparado con lo que venía acostumbrado a hacer, aquí veo que hay que cerrar el pozo, hay mucha presión, porque sale gas y petróleo… Un petróleo lindo además, que no huele a azufre, precioso”.  El crudo que está saliendo de la roca madre es de color claro y carece de aromáticos (base de los aceites), por lo que YPF está estudiando cómo acondicionar sus refinerías para el tratamiento del nuevo producto, no “adecuado” para una refinación tradicional.
Pero todavía falta mucho para eso; en el 126 se está tratando de llegar a Vaca Muerta.  Nos explican los desafíos técnicos de perforar a través de varias formaciones geológicas -Quintuco es la más conocida por brindar hidrocarburos convencionales- para llegar, en este caso, a 3.500 metros de profundidad.  La fractura hidráulica, en estas perforaciones, era habitual mucho antes de que se pensara en explotar una roca madre; en la Argentina se viene haciendo hace unos quince años, a menores profundidades, y en el mundo desde mucho antes.  Es la mejor manera de atravesar rocas que por su dureza o condiciones especiales no podrían cruzarse de otro modo.  Se calcula que en Argentina un 70 por ciento de los pozos es fracturado en la perforación.  El “punzado” –las mentadas detonaciones bajo tierra- también es antiguo, y menos espectacular que lo que suele imaginarse.  Pero hablaremos de eso más adelante. 
Ahora, el equipo –como se llama al trépano de dimensiones y formas variables según la necesidad- está a 3.070 metros, y desde los 2.500 está haciendo una curva de 3,5 grados cada cien metros: el ángulo se logra con unos anillos ubicados al frente del motor, y se ajusta antes de bajarlo a la formación.  La idea es que la curva llegue a 90 grados –en rigor 92º por la trayectoria del pozo- en los 3.500 metros; a partir de allí, el pozo 126 tendrá una trayectoria horizontal, como la de los pozos de shale norteamericanos (allá las rocas madre tienen menos espesor y por eso se favorece el pozo horizontal para aprovechar más el recurso).  En Neuquén, en cambio, la roca tiene un espesor de hasta 400 metros, lo que permitirá por un lado explotar shale en pozo vertical, y además fracturar en distintos niveles de ese vertical, siguiendo las líneas de tensión de la roca.
“Con una buena aplicación se hacen entre siete y diez metros por hora” cuenta Zambrano, y nos describe el under balance drilling, herramienta que permitirá absorber el gas que despida Vaca Muerta cuando entren a la formación (el gas es el hidrocarburo más liviano; siempre sale primero).  El principal problema, a estas profundidades, es la presión: un riesgo calculado con el monitoreo permanente de los sedimentos que trae el agua que vuelve del pozo.  Quintuco, la formación que se está atravesando, es de calizas arcillosas y el agua usada en la perforación es tratada con diesel para evitar una reacción química –groseramente, la hidratación de la arcilla- que aumentaría el volumen de la roca y haría colapsar el pozo.  Sobre la plataforma, el olor del combustible es notorio: una serie de zarandas ubicadas bajo el piso van haciendo de filtro y rompiendo el lodo que viene con el flowback, para que libere el gas que pueda tener atrapado.  De esas zarandas se obtienen muestras de roca que serán analizadas en uno de los trailers; una cada tres metros de avance, lo que significa cada quince minutos o media hora, según la roca y la herramienta que se esté utilizando.
Carlos Figueroa, un mendocino de cara mansa y pelo colorado, debe tener menos de treinta años.  Es ingeniero químico; aquí se encarga de monitorear una serie de indicadores de lo que está ocurriendo en el fondo, para avisar a los maquinistas si pasa algo.  También prepara los cuttings del lodo, que el geólogo va a revisar.  Mientras nos está mostrando su trabajo, aparece un zumbido monocorde: una alarma.  Explica que está subiendo el flujo de retorno, pero no es gas todavía: el pico es muy pequeño.  Cuenta que antes trabajó en la industria química, en pintura; ahora se siente orgulloso de participar en la aventura del shale.  “Justo en este lugar, dicen que es uno de los emprendimientos más importantes que hay en Sudamérica…  Hay que ponerle pila y laburar”.  Está emocionado.

 

Volvemos hacia el sur para visitar el pozo 621, donde están haciendo una estimulación hidráulica.  Es lo que se conoce como “pozo de fracking”: la segunda etapa de un proceso que empezó cuarenta días antes, con una perforación como la del 126.  La etapa de exploración, clave en la explotación convencional, aquí fue un trámite: ya se sabe que Vaca Muerta está debajo de todo el paisaje, y toda la roca tiene hidrocarburo en su interior.  Sólo resta ver dónde las variables auguran un pozo más rendidor.
La perforación suele durar unos 30-45 días, si bien esto depende de las dificultades que presenta cada lugar.  Una vez encamisado, esto es con la cañería completa, el pozo se limpia y cierra con una válvula al ras del piso; luego se retira el equipo de perforación y entra el de fractura, con una torre mucho más pequeña.
Así como la perforación impresiona en altura, la estimulación hidráulica lo hace en la dimensión de lo que ocurre sobre la superficie, si bien falta quizá la mística que uno asocia a la figura de la torre tradicional.  En una fractura pueden estar trabajando hasta cien personas a la vez; unas veinte en la actividad en sí, y el resto en toda la logística.  Lo primero que se percibe son las enormes piletas azules de YPF, de 80 metros cúbicos de capacidad: suerte de trailers con ruedas, llegan vacías porque para cargar cada una hacen falta algo más de dos camiones cisterna (capacidad: 35 m3).  Pueden llegar a ser unas 40 piletas, generalmente dispuestas en U alrededor del pozo.  Una cola de camiones espera a la entrada su turno para cargar; pueden llegar a ser unos cien viajes, entre el agua y la arena que formarán el 99,5% del lodo de fractura.  El resto son los aditivos que se agregan al líquido para darle viscosidad y otras propiedades que asegurarán el transporte de la arena a las fracturas, donde se depositará manteniéndolas abiertas.  La escala de todo el proceso se debe a la profundidad a la que está la roca: hay que meter el líquido a presión y para llegar a cubrir todas las hendiduras se cuenta con 2.800 m3 en el lugar.  Es decir, en el medio de la nada.  La clave es la logística.
El procedimiento empieza con el punzado, que consiste en bajar un cañón de aproximadamente un metro de largo, relleno con unos ocho explosivos que detonarán a unos 3 mil metros de profundidad.  Están dispuestos de manera helicoidal y detonan con una descarga eléctrica, atravesando el caño perpendicularmente y penetrando en la formación entre 10 y 30 centímetros.  La explosión no se oye.  Un segundo cañón despide cuñas-tapón que mantendrán abierta la hendidura mientras se prepara el fluido de estimulación.  En este pozo lo harán cinco veces –fractura, tapón- a distintas alturas dentro de Vaca Muerta.
El agua gelificada se prepara en el lugar, ya que está diseñada para cambiar sus propiedades una vez dentro de la formación, y si no se usa, en media hora perderá su viscosidad.  Las piletas terminan en una conexión a un gran tambor mezclador, donde se prepara el gel con los aditivos que hagan falta según las características del pozo.  De ahí va a otro equipo donde cae la arena y queda todo unido con un sistema tipo centrífugo.  El siguiente paso es la bomba, que lo chupa y manda al pozo.
Hay diez bombas trabajando simultáneamente.  Los equipos transmiten su vibración al piso y un ruido sordo embota los sentidos.  Los operarios hacen buen uso de los tapones para los oídos, de goma color naranja; de alguna manera se escuchan en sus handys.  Un cañón ya detonado, en el piso, parece un colador grueso con forma de palo de amasar.  Todo el mundo está ocupado.
“Usamos un caño flexible de dos pulgadas” nos va contando Jorge Castañeda, supervisor de operaciones de workover (rionegrino).  El caño termina en una fresa y tiene un motor de fondo, que bombea agua en el trayecto previamente punzado.  “El helicoide con la presión, mueve la fresa y rompe los tapones, de manera que nos deja todo listo y produciendo”.  La arena especial incluida en el lodo ya está en la hendidura y resistirá la tremenda presión de la roca (unas 10 mil atmósferas), construyendo una vía más permeable por donde fluirá el hidrocarburo.
El equipo dejará el pozo produciendo en una semana.  La fractura llevó sólo un día (unas tres horas y media; el tiempo varía según el pozo y la escala); el resto se va en controlar el comienzo de la producción, instalarse y retirarse.  En la locación donde estamos hay cuatro pozos perforados con sus correspondientes válvulas de cierre; el equipo se irá mudando de uno a otro.  Los pozos están cercanos en la apertura, pero al llegar a Vaca Muerta se curvan en direcciones diferentes; de esta manera se cubre un área mayor desde un alisado relativamente pequeño.  La distancia entre los cuatro pozos varía según las pruebas; aquí, los dos al norte están a 90 metros de los dos sur; y a 30 metros entre sí.  “Los 90 metros son porque perforaron dos equipos simultáneamente” explica con acento cordobés Pablo Casanueva, a cargo de la parte logística.  “Se calcula esa distancia para que si cae una torre, no toque a la otra.  Y los 30 metros de mínima son para trabajar más cómodos en caso que querramos intervenir el pozo más adelante para limpiarlo, por ejemplo.  A veces los no carbonatos o las parafinas tapan una parte y baja el caudal de producción”.  Todavía es pronto para hacer una previsión, pero teniendo en cuenta la experiencia de EE UU, se calcula que una vez que el pozo entra en producción no habrá que volver a fracturarlo en cinco años, por lo menos.

                                

Cae la noche en el pozo 126.  El clima es muy diferente al de la mañana: Zambrano, antes didáctico y hasta jovial, ahora está muy serio.  Pasa que mientras presenciábamos el fracking en el otro pozo, este equipo entró a Vaca Muerta y ahora las presiones se irán acercando a lo imprevisible, sobre todo en la horizontal.  Es momento de ir avanzando pulgada por pulgada, midiendo todas las variables, para evitar sobresaltos.  Es lógico que el company man esté preocupado.
En cambio José Castro, el jefe del equipo local de perforación, se ve exultante.  Morocho, corpulento, de rostro curtido, tiene todo el tipo del ypefiano, el veterano de mil batallas.  Sale de su trailer y se para a observarnos, las manos en la cintura, las piernas abiertas sobre la suave vibración de la tierra alisada.  Uno casi lo imagina musitar, como Robert Duvall en Apocalipsis now: “me gusta el olor del napalm por la mañana”.
Todavía falta lo más difícil, pero para él no importa: el equipo ya llegó.  Su equipo.  “Esta es mi torre; yo voy con ella de pozo a pozo, perforando” dice, con los lentes negros que lo hacen parecer todavía más canchero.  José lleva 35 años en la empresa.  Se nota que el shale, para él, es en el fondo una anécdota.  Una moda más.  En diez días, tras vagar horizontalmente por Vaca Muerta hasta alcanzar unos 4.700 metros de largo, el pozo terminará encamisado con tres aislaciones, la última un caño de 5 pulgadas.  Una vez tapado la torre, en un milagro de ingeniería, será plegada al ras del piso y luego desarmada, para su traslado a la próxima locación, donde los espera sólo un pedazo de tierra alisada.
En el trailer del fondo, mientras tanto, el geólogo Marcelo Barroso –sanjuanino, 36 años- examina los nuevos cuttings de la roca.  El “hachazo” cambia notoriamente cuando se entra en la formación, pasando del gris de Quintuco a un negro oscuro.  El equipo de perforación tiene también una corona, que rodea el caño  y va dejando una muestra de lo que encuentra en el interior.  Cuando llega al tope de capacidad se produce un corte de la muestra y se extrae.  Las coronas son revisadas primero en el trailer, y luego serán enviadas a La Plata, donde un equipo de geólogos las examina en el microscopio electrónico para analizar en detalle sus componentes y seguir completando el mapa geológico.
Todos ellos dormirán allí, en los trailers.  Las camas son pequeñas, la comida, de microondas, y la organización resulta esencial.  Entre simulacros, operación, monitoreo, muestras, limpieza, la vida del pozo nunca se detiene.  Las cuadrillas son tres y se turnan semanalmente; los geólogos, dos, con turnos de catorce días.  El company man vive en el pozo hasta que se termine de desarmar.  Después, veinte días de descanso, que Oscar pasará en Polonia; de Buenos Aires sólo conoce el aeropuerto.  “Me dijeron que tendría que conocer San Telmo” concede, pero se nota que tiene poco interés.  Su mundo es su casa, y las derivas por los rincones del shale.

Marcelo, el geólogo, me cuenta el secreto de la roca: “voy midiendo el valor de los carbonatos de calcio y magnesio; cuando hay desequilibrios entre ambos, podría haber una reacción secundaria que haya formado un reservorio.  Pasa que en ese momento geológico hubo una interacción química entre los dos carbonatos, donde el ion magnesio reemplazó al ion calcio.  Y como éste es más grande que el otro, al cambiar por magnesio queda un hueco, un poro, donde puede haber hidrocarburo”.  El poro es nanométrico, y hay que verlo en el microscopio electrónico para creer que esa piedra contiene líquido.  Todavía no se sabe cómo diablos hace para salir de ahí.
                                 

No hay comentarios.: