La de Mario Trejo es una presencia esquiva en la poesía argentina. Desde 1946 -cuando publicó su libro de sonetos Celdas de la sangre- aparece y desaparece en forma intermitente, dejando a veces su marca en diversos lugares, culturas y disciplinas; otras, permaneciendo en el recuerdo de aquellos que cruzó en su camino.
Así, en los años '50 Trejo participa en revistas culturales porteñas como la recordada Poesía Buenos Aires -donde publica poemas propios y traduce los de Pavese- o la efímera Cinedrama, que dirigió en 1953. El final de la década lo encuentra en los pasillos del lviejo canal 7, escribiendo unitarios para la incipiente televisión argentina (Historias de jóvenes); en 1964, está en Cuba dando forma al guión del film Desarraigo, de Fabio Canel; un año más tarde, recorre un oleoducto europeo para la cámara de Bernardo Bertolucci en el documental La vía del petróleo. En 1968 está de nuevo en Buenos Aires, dirigiendo su obra teatral Libertad y otras intoxicaciones en el polémico Instituto Di Tella. En 1974, de nuevo en Italia, escribe para Astor Piazzolla la letra de "Los pájaros perdidos" y otras canciones; hacia el '78 está viviendo en España, donde hace de anfitrión para que otro argentino desterrado, Copi, lea una de sus piezas teatrales a un público de intelectuales ibéricos entre nubes de marihuana... La lista podría seguir y seguir.
Tanto movimiento entre diversos géneros y territorios ha resultado en una obra vagabunda, dispersa en varios continentes y poco accesible más allá del empeño de amigos y admiradores. Este año, la editorial argentina Colihue publicó una versión actualizada de El uso de la palabra, libro que Trejo ha querido sea la suma y síntesis de su obra poética. La edición anterior, de la casa española Lumen, data de 1979. En los 21 años intermedios, no se conoció más que otra compilación (en un fascículo publicado por el Centro Editor de América latina) y un cassette llamado De puño y letra, donde lee algunos textos suyos.
Hasta dónde esta ausencia de las librerías depende de la dejadez de las editoriales o de la vida errática del autor, es difícil de determinar. Lo cierto es que en los años '50 Trejo se perfilaba como uno de los poetas con más futuro en la generación de Poesía Buenos Aires -junto a Edgar Bayley, Paco Urondo, Francisco Madariaga-, y esa promesa es una realidad brillante en varios tramos de El uso de la palabra, un libro que se nota armado con retazos de distintas épcoas y estilos, pero que así y todo sorprende y maravilla.
Es cierto que un único libro reciclado a lo largo de las últimas cuatro décadas parece dejar a Trejo en la categoría de poeta "menor" (lo que el propio Trejo está más que dispuesto a debatir). No menos cierto es que el texto más famoso del libro, "Apuntes para una crítica de la razón poética", no deja de ocupar toda antología de los '50 que se precie y hasta ha sido reciclado en aforismos por algunos sitios de Internet: "de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:/ de la derecha cuando es diestra/ de la izquierda cuando es siniestra", citan, así como la línea final: "el mejor modo de esperar es ir al encuentro". Ese poema, publicado en El uso de la palabra desde su primera edición (Premio Casa de las Américas 1964), es una pieza de orfebrería y la perfecta introducción al mundo de Trejo.
Algunos de los textos más recientes tienen el mismo aliento vital, la misma diabólica precisión de "Apuntes..." o la "Epístola tropicopolitana". Como este llamado "Para que entre nosotros la verdad no sea una desdicha": "Ya no tenemos edad/ somos los pobres de lujo/ la vida es un pasaje de ida solamente.// Sálvese quien quiera."
POETA NO CONSAGRADO. No es fácil entrevistar a Mario Trejo. Para empezar, hay que moverse hasta Rosario, ciudad donde reencontró a un amor de juventud que todavía lo acompaña (una historia de novela que fue contada en la revista argentina Veintidós). Desde allí escribe columnas ocasionales y apadrina a algún poeta joven como Reynaldo Sietecase, el autor de aquella crónica.
Hablar con Trejo permite descubrir la coherencia entre la persona y la vida: su charla es continua divagación, salto de un tema a otro, constante apertura de paréntesis que luego quedan colgando en el aire. Imposible hacer que responda una pregunta concreta: el hombre tiene su propio ritmo, y hay que estar atento para no quedarse fuera de las citas y guiños que suelen aparecer en su discurso. Además, cada pocos minutos alguna de sus ocurrencias se le queda pegada al interlocutor, como si oralmente este poeta también buscara esa síntesis aforística que suele brillar en los textos.
Trejo tiene 74 años, aunque por coquetería jamás va a decirlo, y además no los aparenta. (Hay que ir a los viejos números de Poesía Buenos Aires para encontrar sus datos de filiación, consignados por el prolijo director de la revista, Raúl Gustavo Aguirre). Sabiendo que esta nota es para un medio de Uruguay, Trejo habla de su admiración por Felisberto Hernández. Pero enseguida pasa a otros temas; su monólogo se va, sin remedio, por la tangente. Repasa la muerte de algunos colegas, se queja de otros a quienes acogió en España -cuando los corría la dictadura argentina- y que ahora pasan olímpicamente de largo a su lado. De golpe, vuelve al tema y la síntesis:
-Qué querés con este país... Los argentinos no son más que uruguayos con delirios de grandeza. Ésta -señala desde su mesa en un ruidoso bar rosarino- es la República Occidental del Uruguay.
Algunos de esos ex amigos, se presume, son por omisión culpables de que hoy Trejo no tenga mayor presencia en los medios. También de que otros libros suyos permanezcan sin editor, como Ley de vida, que circula en copias caseras, o La lengua afeitada, una recopilación de recuerdos y artículos.
Una lástima, porque el hombre tiene mucho que contar. "La década del '60 la pasé entre Argentina, Brasil, Cuba, París y Roma", dice a manera de ejemplo. A su país volvió definitivamente en 1988, después de un largo período en Antigua, ciudad de 15 mil habitantes en el corazón de Guatemala. "Ciudades pequeñas como ésa o Boulder (Colorado, EE UU), donde también viví, te dan soledad acompañada, vidas secretas, repeticiones que varían, un off-off con más camote que el de las grandes ciudades... Yo he visto masacres en Guatemala, pero todo eso no impedía una vida cotidiana fascinante, erótica al mango. En mi corazón no hay con qué darle".
Una anécdota sucede a la otra, salpicadas por incontables citas en varios idiomas. Trejo disfruta evocando momentos con grandes que llegó a conocer, como Onetti, Borges o su admiradísimo Pablo Neruda. En un momento, a cuento de alguna argumentación, recita de memoria un poema olvidado de Alberto Vanasco. "Ese soneto es perfecto", dice después, orgulloso como si fuera suyo.
DE ACÁ PARA ALLÁ. La poesía de Mario Trejo ha tenido una evolución acorde con su destino nómade. Capaz a los veinte años de escribir sonetos perfectos junto a su amigo Vanasco, absorbió después las formas libres de los poetas franceses, en especial los surrealistas, abriendo su abanico de temas y terrenos. Esto lo llevó a incorporar el erotismo pero también la política, lo que probablemente terminó alejándolo -como a Francisco Urondo- del círculo de los poetas formados en Poesía Buenos Aires.
Los años '60 marcarían el comienzo de sus viajes, físicos y de los otros (Trejo y Urondo experimentaban con LSD años antes que el hippismo pusiera de moda estas exploraciones). Para la primera edición de El uso de la palabra ya ha adoptado mecanismos de la poesía coloquial, que comienza a ser preferida por poetas latinoamericanos como César Fernández Moreno, Juan Gelman y Nicanor Parra.
Otra encarnación de este cruce son los sonetos "modernos" que Trejo suele intercalar en su producción, de temas muy terrenales pero respetando métrica y rima hasta la última coma. Vaya como ejemplo este "Apógrafo de Lezama Lima":
Rumbas baila Mariana Alcoforado
celosías y cielos en el celo
ojos de espadas a romper el velo
plebeyo capitán desaforado.
Hábitos cubren culo venerado
culo meneante a pelo y contrapelo
ojo mirante, mirador Otelo
ojo bizco de nalga a cada lado.
Mariana epistolar masturbatoria
simulas perfección, oh partenoica
teta perfecta que a tu atrás alude.
Consagras tu actitud depilatoria
(herencia hebrea vulva paranoica)
a quien kyries eléisons te sacude.
Escatología a lo Quevedo, referencias a la alta cultura y piropo porteño, todo en uno.
Esas mezclas provocan un efecto típico en Trejo, que puede describirse como un constante vaivén entre la distancia contemplativa y la sonrisa cómplice. A veces las continuas referencias abruman: otras, lo coloquial inclina demasiado la balanza (Trejo suele trabajar en el límite de la musicalidad del poema). Pero los aciertos justifican toda la empresa.
Puede decirse que este veterano le ha "puesto el cuerpo" a las palabras en más de un sentido. Para empezar, ha introducido las sensaciones del cuerpo en sus poemas; ha trabajado en la representación de sus textos con actores, cantantes o bien diciéndolos él mismo; ha escrito para el cine y la TV e insertado, incluso, su propio cuerpo en esas imágenes, como actor o entrevistador. Ha coordinado talleres de psicodrama como parte de su experiencia teatral. Hacia 1948 y con Vanasco hacían representaciones poéticas por la porteña calle Florida que, dice con orgullo, "anticiparon en veinte años a los happenings, aquel invento de los '60 definido como 'poesía en acción'".
En este punto, los distintos hilos de la existencia de Trejo parecen unirse. Se trata de un poeta a la vez intimista y cosmopolita, que salió a enfrentar el compromiso de una vida poética y asumió, a la vez, el de jugarse entero en lo que escribe. De todo eso habla en este último libro.
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