Ring Lardner: El hombre taciturno

Publicada en El País Cultural (Montevideo, Uruguay) el 13-2-04.

El pasado 27 de septiembre se cumplieron 70 años de la muerte de Ring Lardner, un autor “menor” pero crucial en el desarrollo de la narrativa norteamericana.  Su figura quedó a la sombra de la de Ernest Hemingway, William Faulkner o Francis Scott Fitzgerald; pero todos ellos lo tuvieron en gran estima y fueron influidos, en cierta medida, por sus cuentos y su obra periodística.
La ironía es que Lardner consideraba a estos trabajos como meramente alimenticios; su verdadera pasión era el teatro.  Sus trabajos en la prensa periódica le permitieron independizarse e incluso llevar una vida holgada, pero su ambición teatral encontró más fracasos que éxitos.  “Resultaba obvio que consideraba que su trabajo no iba a ninguna parte, era mera ‘copia’” lo explicó Fitzgerald, quien fue su amigo a comienzos de los años ‘20.  “Había dejado de encontrar divertido su trabajo unos diez años antes de morir”.
La obra de Lardner tiene entre nosotros una razón adicional para el olvido: su reproducción de modismos del inglés oral pone en problemas a los traductores.  Su libro más conocido, You know me Al (1916), no está disponible en castellano, y sus cuentos se encuentran en ediciones esporádicas a ambos lados del Atlántico (la última argentina data de 1973).

DEL PERIODISMO AL HUMOR.  Lardner nació en 1885 en Niles, un pueblo del medio oeste norteamericano, y comenzó a destacarse escribiendo crónicas deportivas, primero en la prensa local y a partir de 1907 en periódicos como el Chicago Examiner y el Chicago Tribune.  La cobertura de la liga nacional de béisbol -la exageradamente llamada “Serie Mundial”- lo llevó a viajar por todo el país junto al principal equipo de Chicago, los White Sox, y a conocer bien a sus estrellas, de personalidad y humor no muy diferentes a los de nuestros futbolistas.
Lardner había mostrado interés en el teatro y la música desde temprana edad, pero el periodismo era lo que le permitía mantenerse.  En 1913, ya casado y con un hijo, escribía para diarios de Chicago, Boston y St. Louis.  Es entonces cuando el Tribune le encarga continuar una columna diaria llamada “Detrás de la noticia”, cuyo creador había fallecido.  Se trataba de una sección de chismes de vestuario, pensada para agregar color a la información deportiva habitual.   En pocos meses, Lardner fue transformándola en una parcela para dar rienda suelta a su humor.
Quizá para hacer uso de su veta teatral, empezó a dar la información en forma de diálogos entre los jugadores y de éstos con el cuerpo técnico, revelando el clima de competencia y cargoseo entre las figuras.  La transcripción directa, sin más indicación que los nombres de los involucrados, creaba la ilusión de la ausencia de un narrador y daba al lector la sensación de una mayor intimidad, como si estuviera sentado entre los jugadores en el banco o durante una partida de póker, pasatiempo favorito en las giras.  Lo que daba mayor sensación de autenticidad, sin embargo, era la reproducción perfecta del habla de los beisbolistas, con sus defectos y modismos; un recurso que ya había utilizado Mark Twain y que Lardner desarrollaría como nadie.
A medida que el éxito de la sección se extendía, también comenzó a incluir diálogos sin más intención que el humor -muchos con una buena dosis de invención-, así como pequeños sketches teatrales y chistes sueltos.  Su mirada también se elevaría, abarcando temas extradeportivos y mofándose de empresarios, políticos y artistas. 
En 1914, Lardner siguió explorando el filón en una serie de cuentos publicados en un semanario de alcance nacional, el Saturday Evening Post, y centrados en un joven del interior que era contratado para jugar con los White Sox.  La voz del autor seguía ausente, ya que las historias tenían la forma de cartas que Jack Keefe -el jugador en cuestión- le escribía a su amigo Al, que se había quedado en el pago.  Usar un jugador imaginario -aunque rodeándolo de otros reales- le permitió a Lardner ser más cruel e incisivo, mostrando el engreimiento y la vanidad del personaje, su torpeza juvenil y su incapacidad de manejar el éxito.  La parodia de los errores de un iletrado al intentar expresarse por escrito aportaba comicidad -y patetismo- adicionales. 
Estas cartas, que componen el libro You know me Al, revelan a Lardner como un maestro de la elipsis, permitiendo al lector inferir tanto las respuestas de Al -no transcriptas- como las cargadas que el pobre Jack recibe de sus compañeros sin advertirlo.  También se las arregla para revelarnos la torpeza y, sobre todo, la tacañería sin par del personaje a través de sus propios parlamentos.
El beisbolista novato fue un suceso y sus aventuras se continuaron en el Post durante años, siendo recogidas en los libros Treat ‘em rough (1918) y Lose with a smile (1933); también hubo una versión en historieta.  Paralelamente, Lardner publicó otros cuentos y libros de humor en ediciones baratas.  En 1919 abandonaba Chicago por Connecticut, desde donde un sindicato distribuiría sus historias en más de cien publicaciones periódicas de todo el país. 
HIJOS Y ENTENADOS.  Habituado al lenguaje periodístico y las exigencias de espacio, Lardner desarrolló en sus cuentos un estilo basado en la reproducción de la voz de sus personajes, bien en diálogos o contando la historia por sí mismos.  El humor suele aparecer entre líneas, más allá del limitado punto de vista de los personajes, y suele tener que ver con la revelación de su carácter, a menudo en contradicción con lo que ellos dicen de sí mismos.  Cuando narra en tercera persona, Lardner elige un estilo seco, informando lo imprescindible y sin juzgar a sus criaturas, como en “Campeón”, certero retrato de un boxeador sin escrúpulos. 
Algunas de estas historias se sitúan en el mundo del deporte (“Ike el de las disculpas”, “Diario de un caddy”), pero también se dieron casos memorables en otros terrenos: en “No puedo respirar”, el diario íntimo de una adolescente descubre su histérica conducta amorosa, y en “Corte de pelo” un personaje se revela odioso a pesar del simpático retrato que de él hace un peluquero a su cliente.   La ausencia del clásico narrador omnisciente dio a estos cuentos una nueva síntesis, un aire renovador y moderno pronto advertido por escritores más serios.
Uno de ellos fue Fitzgerald, once años menor que Lardner y su vecino en Nueva York a comienzos de los años veinte.  El futuro autor de El gran Gatsby también publicaba sus cuentos en el Post y solía compartir veladas alcohólicas con Lardner que se prolongaban hasta el amanecer.  Fitzgerald fue el responsable, en 1922, de la primera publicación seria de Lardner al convencer a Scribner’s, la editorial que había publicado A este lado del Paraíso, de hacer una edición en tapa dura de sus cuentos.  Ante la reticencia de Lardner él mismo realizó la selección, para lo cual tuvo que revisar viejos periódicos en bibliotecas, ya que el autor no se había molestado en guardar los originales.  La tituló Cómo escribir cuentos (con ejemplos) y consiguió de esta manera que la crítica reparara en el humorista.
“Ring llevó al papel un menor porcentaje de sí mismo que cualquier otro escritor norteamericano de primera fila” diría más adelante Fitzgerald.  No por escasez de producción -Lardner siguió publicando con regularidad hasta su muerte- sino porque “por grandes que fueran los logros de Ring, estuvieron siempre por debajo de los logros de los que era capaz, y esto debido a una actitud cínica hacia su obra”.
En todo caso, críticos como H.L. Mencken reconocían el aporte de Lardner al testimonio de la oralidad en su país, y autores más jóvenes, como Sinclair Lewis, comenzaban a imitar su estilo.  Ernest Hemingway -que seguía religiosamente “Detrás de la noticia”- había publicado sus primeros cuentos satíricos en la revista del colegio bajo el seudónimo Ring Lardner jr.  Fiel a su costumbre, dejó de reconocer la influencia de Lardner tan pronto como algunos críticos la hicieron notar.  Ciertamente, hay huellas visibles tanto en el uso del diálogo como en la descripción de caracteres.
El verdadero Ring Lardner jr. (1915-2000) escribió guiones cinematográficos y ganaría sendos premios Oscar por los de La mujer del año (1942) y M.A.S.H. (1970).  El material de su padre hubiera sido ideal para ese medio, pero Lardner murió de un ataque al corazón en 1933, justo cuando el cine sonoro comenzaba a recurrir a los autores teatrales en busca de argumentos.  Ese mismo año se estrenaba una versión de su pieza teatral Elmer the Great, dirigida por Mervyn LeRoy.  Posteriormente hubo varias adaptaciones de sus cuentos; la más recordada es El triunfador (Champion, 1949), de Mark Robson, basada en “Campeón” y con Kirk Douglas en el protagónico.
La influencia de Lardner ha vencido al tiempo y las fronteras: hoy se la encuentra tanto en las novelas de la afroamericana Terry McMillan como en los cuentos del rosarino Roberto Fontanarrosa.

No hay comentarios.: