El pasado 27 de septiembre se
cumplieron 70 años de la muerte de Ring Lardner, un autor “menor” pero crucial
en el desarrollo de la narrativa norteamericana. Su figura quedó a la sombra de la de Ernest
Hemingway, William Faulkner o Francis Scott Fitzgerald; pero todos ellos lo
tuvieron en gran estima y fueron influidos, en cierta medida, por sus cuentos y
su obra periodística.
La ironía es que Lardner
consideraba a estos trabajos como meramente alimenticios; su verdadera pasión
era el teatro. Sus trabajos en la prensa
periódica le permitieron independizarse e incluso llevar una vida holgada, pero
su ambición teatral encontró más fracasos que éxitos. “Resultaba obvio que consideraba que su
trabajo no iba a ninguna parte, era mera ‘copia’” lo explicó Fitzgerald, quien
fue su amigo a comienzos de los años ‘20.
“Había dejado de encontrar divertido su trabajo unos diez años antes de
morir”.
La obra de Lardner tiene entre
nosotros una razón adicional para el olvido: su reproducción de modismos del
inglés oral pone en problemas a los traductores. Su libro más conocido, You know me Al
(1916), no está disponible en castellano, y sus cuentos se encuentran en
ediciones esporádicas a ambos lados del Atlántico (la última argentina data de
1973).
DEL PERIODISMO AL HUMOR.
Lardner nació en 1885 en Niles, un pueblo del medio oeste
norteamericano, y comenzó a destacarse escribiendo crónicas deportivas, primero
en la prensa local y a partir de 1907 en periódicos como el Chicago Examiner
y el Chicago Tribune. La
cobertura de la liga nacional de béisbol -la exageradamente llamada “Serie
Mundial”- lo llevó a viajar por todo el país junto al principal equipo de
Chicago, los White Sox, y a conocer bien a sus estrellas, de personalidad y
humor no muy diferentes a los de nuestros futbolistas.
Lardner había mostrado interés en
el teatro y la música desde temprana edad, pero el periodismo era lo que le
permitía mantenerse. En 1913, ya casado
y con un hijo, escribía para diarios de Chicago, Boston y St. Louis. Es entonces cuando el Tribune le
encarga continuar una columna diaria llamada “Detrás de la noticia”, cuyo
creador había fallecido. Se trataba de
una sección de chismes de vestuario, pensada para agregar color a la
información deportiva habitual. En
pocos meses, Lardner fue transformándola en una parcela para dar rienda suelta
a su humor.
Quizá para hacer uso de su veta
teatral, empezó a dar la información en forma de diálogos entre los jugadores y
de éstos con el cuerpo técnico, revelando el clima de competencia y cargoseo
entre las figuras. La transcripción
directa, sin más indicación que los nombres de los involucrados, creaba la
ilusión de la ausencia de un narrador y daba al lector la sensación de una mayor
intimidad, como si estuviera sentado entre los jugadores en el banco o durante
una partida de póker, pasatiempo favorito en las giras. Lo que daba mayor sensación de autenticidad,
sin embargo, era la reproducción perfecta del habla de los beisbolistas, con
sus defectos y modismos; un recurso que ya había utilizado Mark Twain y que
Lardner desarrollaría como nadie.
A medida que el éxito de la
sección se extendía, también comenzó a incluir diálogos sin más intención que
el humor -muchos con una buena dosis de invención-, así como pequeños sketches
teatrales y chistes sueltos. Su mirada
también se elevaría, abarcando temas extradeportivos y mofándose de
empresarios, políticos y artistas.
En 1914, Lardner siguió
explorando el filón en una serie de cuentos publicados en un semanario de
alcance nacional, el Saturday Evening Post, y centrados en un joven del
interior que era contratado para jugar con los White Sox. La voz del autor seguía ausente, ya que las
historias tenían la forma de cartas que Jack Keefe -el jugador en cuestión- le
escribía a su amigo Al, que se había quedado en el pago. Usar un jugador imaginario -aunque rodeándolo
de otros reales- le permitió a Lardner ser más cruel e incisivo, mostrando el
engreimiento y la vanidad del personaje, su torpeza juvenil y su incapacidad de
manejar el éxito. La parodia de los
errores de un iletrado al intentar expresarse por escrito aportaba comicidad -y
patetismo- adicionales.
Estas cartas, que componen el
libro You know me Al, revelan a Lardner como un maestro de la elipsis,
permitiendo al lector inferir tanto las respuestas de Al -no transcriptas- como
las cargadas que el pobre Jack recibe de sus compañeros sin advertirlo. También se las arregla para revelarnos la
torpeza y, sobre todo, la tacañería sin par del personaje a través de sus
propios parlamentos.
El beisbolista novato fue un
suceso y sus aventuras se continuaron en el Post durante años, siendo
recogidas en los libros Treat ‘em rough (1918) y Lose with a smile
(1933); también hubo una versión en historieta.
Paralelamente, Lardner publicó otros cuentos y libros de humor en
ediciones baratas. En 1919 abandonaba
Chicago por Connecticut, desde donde un sindicato distribuiría sus historias en
más de cien publicaciones periódicas de todo el país.
HIJOS Y ENTENADOS. Habituado
al lenguaje periodístico y las exigencias de espacio, Lardner desarrolló en sus
cuentos un estilo basado en la reproducción de la voz de sus personajes, bien
en diálogos o contando la historia por sí mismos. El humor suele aparecer entre líneas, más
allá del limitado punto de vista de los personajes, y suele tener que ver con
la revelación de su carácter, a menudo en contradicción con lo que ellos dicen
de sí mismos. Cuando narra en tercera
persona, Lardner elige un estilo seco, informando lo imprescindible y sin
juzgar a sus criaturas, como en “Campeón”, certero retrato de un boxeador sin
escrúpulos.
Algunas de estas historias se
sitúan en el mundo del deporte (“Ike el de las disculpas”, “Diario de un
caddy”), pero también se dieron casos memorables en otros terrenos: en “No
puedo respirar”, el diario íntimo de una adolescente descubre su histérica
conducta amorosa, y en “Corte de pelo” un personaje se revela odioso a pesar
del simpático retrato que de él hace un peluquero a su cliente. La ausencia del clásico narrador omnisciente
dio a estos cuentos una nueva síntesis, un aire renovador y moderno pronto
advertido por escritores más serios.
Uno de ellos fue Fitzgerald, once
años menor que Lardner y su vecino en Nueva York a comienzos de los años
veinte. El futuro autor de El gran
Gatsby también publicaba sus cuentos en el Post y solía compartir
veladas alcohólicas con Lardner que se prolongaban hasta el amanecer. Fitzgerald fue el responsable, en 1922, de la
primera publicación seria de Lardner al convencer a Scribner’s, la editorial
que había publicado A este lado del Paraíso, de hacer una edición en
tapa dura de sus cuentos. Ante la
reticencia de Lardner él mismo realizó la selección, para lo cual tuvo que
revisar viejos periódicos en bibliotecas, ya que el autor no se había molestado
en guardar los originales. La tituló Cómo
escribir cuentos (con ejemplos) y consiguió de esta manera que la crítica
reparara en el humorista.
“Ring llevó al papel un menor
porcentaje de sí mismo que cualquier otro escritor norteamericano de primera
fila” diría más adelante Fitzgerald. No
por escasez de producción -Lardner siguió publicando con regularidad hasta su
muerte- sino porque “por grandes que fueran los logros de Ring, estuvieron
siempre por debajo de los logros de los que era capaz, y esto debido a una
actitud cínica hacia su obra”.
En todo caso, críticos como H.L.
Mencken reconocían el aporte de Lardner al testimonio de la oralidad en su
país, y autores más jóvenes, como Sinclair Lewis, comenzaban a imitar su
estilo. Ernest Hemingway -que seguía
religiosamente “Detrás de la noticia”- había publicado sus primeros cuentos
satíricos en la revista del colegio bajo el seudónimo Ring Lardner jr. Fiel a su costumbre, dejó de reconocer la
influencia de Lardner tan pronto como algunos críticos la hicieron notar. Ciertamente, hay
huellas visibles tanto en el uso del diálogo como en la descripción de
caracteres.
El verdadero Ring Lardner jr.
(1915-2000) escribió guiones cinematográficos y ganaría sendos premios Oscar
por los de La mujer del año (1942) y M.A.S.H. (1970). El material de su padre hubiera sido ideal
para ese medio, pero Lardner murió de un ataque al corazón en 1933, justo
cuando el cine sonoro comenzaba a recurrir a los autores teatrales en busca de
argumentos. Ese mismo año se estrenaba
una versión de su pieza teatral Elmer the Great, dirigida por Mervyn
LeRoy. Posteriormente hubo varias
adaptaciones de sus cuentos; la más recordada es El triunfador
(Champion, 1949), de Mark Robson, basada en “Campeón” y con Kirk Douglas en el
protagónico.
La influencia de Lardner ha
vencido al tiempo y las fronteras: hoy se la encuentra tanto en las novelas de
la afroamericana Terry McMillan como en los cuentos del rosarino Roberto
Fontanarrosa.
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