Publicado en Sin Aliento (diario del Bafici, Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) el 22-4-06.
Este realizador norteamericano, con sólo tres películas estrenadas, se ha ganado un lugar en el panorama del cine independiente de su país. Su cine de personajes, apoyado fuertemente en el trabajo con los actores, es capaz de mostrar no sólo sus acciones sino también sus pensamientos, sueños y pesadillas. Keane (2004), su último largo, es una muestra acabada de todos estos elementos. Está en Buenos Aires para presentarlo.
¿Cómo empezaste en el cine?
Estudié filosofía en la Universidad de Columbia en Nueva York, pero al mismo tiempo trabajaba en una escuela de periodismo, y pensé que lo mío iría por ese lado. Era joven e ingenuo, y pensé que podría controlar mejor lo que quería decir a través de la ficción, contar mis propias historias y no la de otras personas, aunque a medida que crecí me convencí de que la realidad es mucho más interesante que la ficción. (Si pudiera vivir una vida paralela, lo haría como fotoperiodista.) Elegí entonces el cine, que es un arte basado en la colaboración, pero he tenido mucha suerte. Me gusta escuchar las ideas de los demás en cada aspecto de la película, soy muy abierto a eso, y al mismo tiempo me gusta unir esos criterios en una visión global. Una parte importante del cine es encontrar la energía correcta para la película que estás haciendo, y esa energía tiene que partir de la historia, los actores y el equipo, y vos canalizás todo eso.
Tengo entendido que trabajaste para Frederick Wiseman…
Fui asistente de cámara en dos películas suyas (High School II y American Ballet), a comienzos de los noventa. Básicamente, reemplacé a un amigo mío, que estaba trabajando para él desde hacía mucho tiempo. Esto me permitió ver a Wiseman trabajando, una experiencia fascinante. Mi trabajo era cargar la cámara: cuando Wiseman filma, nunca corta la escena, sigue rodando hasta que se acaba el material virgen. Nunca apagan la cámara, recargan y siguen. Creo que él es uno de los grandes cineastas vivos, más allá de los géneros, y no se le presta la atención que merece.
En más de una ocasión te has ocupado de personajes que sufren algún tipo de discapacidad mental. ¿Has hecho algún trabajo de campo en este sentido?
Un amigo cercano sufre cierta enfermedad mental, y con el tiempo y la experiencia aprendí bastante, desde ir a guardias psiquiátricas en hospitales, hablar con médicos, y también con pacientes: hice eso también para escribir Keane. Ahora es mucho más difícil que hace unos años tener acceso a esos lugares, ellos están mucho más prevenidos. Wiseman no podría filmar Titicut Follies (1967) ahora… También trabajé con Storefront, que es una organización que intenta tratar a los pacientes psiquiátricos de otra manera, integrándolos en lugares donde puedan vivir de manera diferente a la situación de encierro que sufren en un hospital. Hay otra organización que les busca trabajo, otra provee un lugar recreativo donde gente que se está recuperando de un ataque psicótico puede retomar sus contactos sociales.
¿Te ves haciendo más películas sobre estos temas?
Es cierto que he tocado esta cuestión más de una vez, pero no me veo como un cineasta que trabaja sobre temas sociales, mis historias son mucho más individuales. Aunque sí me interesa el estado de indefensión en que queda esta gente ante un país donde el sistema de salud es privado y no pueden atenderse si no tienen dinero, o trabajo, se vuelve un círculo vicioso. No sería raro que vuelva a este tema desde un punto de vista documental, aunque por ahora creo que quiero hacer ficciones sobre otras cosas.
¿Cómo fue hacer tu primera película, Clean, Shaven (1993), y cómo escogiste a Peter Greene para el papel principal?
Él trabajaba en teatro y éste fue su debut en cine. Llegó un día al casting, ni foto tenía, pero apenas entró a la habitación me llamó la atención su energía, su carisma, bastaba verlo caminar. Aclaro que si bien Peter y su personaje tienen un nivel similar de intensidad, son personas completamente diferentes. La gente esquizofrénica tiene una rica vida interior y se me ocurrió que él podría transmitir toda esa intensidad. Enseguida lo vi en el papel, aunque por supuesto pasó por todo el proceso del casting para asegurarme, ya que era mi primera película. Clean, Shaven tardó tres años en completarse porque no tenía dinero para hacerla. Fueron tres años de rodaje entrecortado durante los cuales Peter hizo una película entera, casting, rodaje, estreno, llegó al video y yo todavía no había terminado la mía… Empecé a rodarla porque estaba cansado de hablar sobre hacer una película y no hacerla.
¿Y cómo fue que la actriz inglesa Katrin Cartlidge protagonizó tu segunda película, Claire Dolan (1998)?
El productor Jim Stark, que está aquí como jurado, fue quien nos presentó. Después me enteré por el novio de Katrin, Peter, de que en su primera cita habían ido a ver Clean, Shaven, linda película fueron a elegir (risas). Mis guiones a menudo se apoyan bastante en el trabajo de los actores, y es habitual que mientras estoy escribiendo le mande un borrador a un actor para que lo lea y me diga qué le parece. Así lo hice entonces con Katrin, sin pensar directamente en ella para el personaje; simplemente para que me dijera si le parecía creíble, además la protagonista era una mujer. A ella le encantó el guión y me resultó natural ofrecerle el papel. Fue bárbaro trabajar con ella, era muy inteligente y tenaz (Nota: la actriz murió en 2002). La idea para la película surgió cuando estaba montando Clean, Shaven en un barrio medio tenebroso de Nueva York. Cuando salía a la noche veía a las prostitutas trabajando, y me llamó la atención que algunas de ellas estaban embarazadas. Fue muy shockeante, porque en nuestra mente solemos tener a la madre y a la puta en lugares separados. Imaginate a estas chicas tratando de levantarse a los tipos que pasaban en auto por ahí, con sus panzas de embarazadas. Esa situación me generó la historia: una prostituta que a partir de su encuentro con un taxista piensa en dejar la profesión, y ser madre.
¿Podés vivir del cine haciendo una película cada tres o cuatro años? ¿Es el ritmo ideal para vos?
Hay que tener en cuenta que yo hice una película cuyo negativo se deterioró y nunca fue estrenada (In God’s Hands), pero que rodé completa, así que cuatro películas en poco más de diez años no está tan mal. Puedo vivir de mi profesión, no es una vida lujosa, claro, pero no puedo quejarme. A mí me gustaría hacer una cada dos años, pero el proceso de hacer una película desde la primera página en blanco del guión es más largo de lo que parece. No me cierro a dirigir un guión ajeno, pero todavía no apareció un material que me interese. Tampoco es que recibo muchas ofertas; los grandes estudios sólo te ofrecen guiones si hacés una película a la que le haya ido muy bien económicamente.
¿Qué tan distinto es para un cineasta joven hacer su primera película hoy, respecto de cuando hiciste Clean, Shaven?
La industria ha cambiado completamente desde entonces. Las películas independientes se han vuelto más “grandes” en términos de presupuesto, y eso hace que en general la industria sea más conservadora y la orientación de los films más comercial. Al mismo tiempo, está surgiendo una serie de pequeñas distribuidoras de material más arriesgado, así que hay esperanza. Cuando yo hice Clean, Shaven era un amateur, la filmé en 16 milímetros y era bastante difícil conseguir el dinero. Hoy, los nuevos medios digitales han democratizado de alguna manera la producción: cualquiera puede producir cine si en verdad tiene ganas de hacerlo. El problema es cuando querés mostrar eso que hiciste: ahí hay un cuello de botella que se mantiene.
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